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Nada puedo decir del que se asoma ni logro oír, al cabo, su pregunta. (Fuera braman los búfalos del viento; sus esquivas cervices resuenan en los álamos. Abrupta, el agua se derrama a ciegas rachas por los desfiladeros de las horas).
Y me acerco, inquiriendo, hasta su límite: la tersa piel bruñida me devuelve un latido de invierno con fulgor de azogue.
¿Hasta qué hondo pozo, bajo qué velo oculto del espejo debería afinar su delgadez el tacto para así pronunciarme en quien me mira, saber de él, nombrarlo con piedad, sentir, al fin, su roce ante mis ojos?
Me encamino hacia el otro, hacia su imagen, y sé,
cuando
me cruzo, al otro lado.
que el
ocurrir encuentro puede
solo
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